lunes, 6 de diciembre de 2010

(lo que dicen) El Lugar o Museo de la Memoria en Perú es una estafa histórica


El Lugar o Museo de la Memoria en Perú es una estafa histórica: entrevista con Ricardo Alvarado a 30 años del inicio de guerra peruana [VIDEO]


Hace tres décadas comenzó la peor guerra que Perú haya enfrentado, la más sanguinaria y la que más ha influenciado la realidad nacional.

Putis, Ayacucho, masacre cometida por militares peruanos en 1984, funeral simbólico realizado en 2009.
Foto Enrique Castro-Mendivil / Reuters via Globe & Mail
Este conflicto armado cambió el país -fue mas letal y violento que la guerra con Chile- para siempre y que ha influenciado la forma como vemos hoy los peruanos a nuestro país, para bien y mal. Sin embargo, la historia de esa guerra no se ha escrito completamente.

Todavía se nos miente acerca de lo que realimente ocurrió durante esos años de brutal violencia, de racismo, impunidad. No sabemos bien quiénes pelearon y quiénes se beneficiaron con ese conflicto. Sabemos que la mayoria de víctimas fueron indígenas y que los victoriosos oligarcas nos siguen gobernando hoy, a pesar de sus crímenes.

La gran estafa de la memoria

En esta entrevista con el historiador peruano Ricardo Alvarado, conversamos sobre detalles y vacíos dentro de la historia peruana reciente, sobre la otra versión que no se discute abiertamente en los medios y universidades peruanas.

El gobierno de Perú está construyendo un Museo o Lugar de la Memoria en la ciudad de Lima, con la dirección del escritor derechista peruano-hispano Mario Vargas Llosa. Se trata de recordar una versión de lo que ocurrió en la guerra interna que comenzó hace 30 años, en mayo de 1980.

Este memorial se construye bajo la dirección de la comisión del Lugar de la Memoria, académicos, políticos y oligarcas de Lima, peruanos de origen europeo y con el financiamiento del gobierno de Alemania.

A pesar que la mayoría de víctimas de esa guerra fueron los pueblos indígenas, no se ha incluído la voz de nuestros pueblos. La mayoría de los miembros de esta comisión son derechistas, centristas, pseudo izquierdistas, representando un sector de los varios que fueron afectados por este conflicto.

Ricardo Alvarado es un historiador y activista de derechos humanos en Perú, con estudios en las universidades Nacional Mayor de San Marcos y Católica de Perú, en la ciudad de Lima.
En el conflicto armado de Perú se enfrentaron no solamente los grupos guerrilleros maoístas y comunistas Sendero Luminoso, MRTA contra las fuerzas militares y policiales del Estado peruano, sino también contra los paramilitares derechistas, y las rondas campesinas indígenas.

El conflicto causó más de 70,000 muertos y una cifra desconocida de desaparecidos, de acuerdo a la comisión de la Verdad y Reconciliación de Perú. Sin embargo, el número exacto de muertos nunca podrá conocerse debido a la manipulación de nuestra historia por grupos elitistas y de instituciones el Estado peruano.

El Lugar [Museo] de la Memoria de Perú continuará la "estafa histórica" de la historia peruana, sera la versión oficial de lo que ocurrió a fines del siglo pasado en nuestro país. Es acaso una maniobra oficialista de librar de culpa a los asesinos.

Fotografía por Vilma Rodríguez Chihuán - gráfico por Peruanista

Entrevista de Carlos A. Quiroz para el blog Peruanista, realizada en abril de 2010. Gracias a Ricardo Alvarado [Ave Crítica] por su valiosa participación.

"La memoria es un espacio de sanación" por Pedro Escribano

"La memoria es un espacio de sanación"
Miguel Rubio y Yuyachkani estrenan esta noche Con-cierto olvido. Obra recoge poemas, canciones, música, y reflexiona sobre temas como el amor, la violencia, la identidad. Ver galería.
Pedro Escribano

El grupo Yuyachkani está de regreso, y con un estreno. Después de una exitosa gira por Sao Paulo, Bogotá, Quito, San José de Costa Rica y La Habana, esta noche pone en las tablas Con-cierto olvido, una “acción escénica”, dice su director Miguel Rubio,que incluye poemas, canciones y piezas musicales. También textos de autores como Edward Gordon Graig, Bertolt Brecht, Jorge Manrique, entre otros, con los que se refelexiona sobre temas como el amor, la libertad, la identidad nacional, la pérdida y la reconciliación. Y claro, asegura Miguel Rubio, se abordan también los años de violencia vividos por el Perú.

–¿El título Con–cierto olvido entraña esa desmemoria por la cual los peruanos volvemos a repetir los mismos errores?
–Yo creo que de alguna manera es cierto lo que tú dices. Yuyachkani es una palabra quechua que quiere decir “estoy recordando” y dentro de poco vamos a cumplir 40 años. Nunca imaginé que con el tiempo iba a tener tanto sentido esa idea de la memoria para nosotros. Cuán pertinente iba a ser tener un teatro cuyo tema sea la memoria en un país justamente que a veces parece que estuviéramos condenados a olvidar. Este es un proyecto artístico que intenta recuperar ese lado, que es importante en la formación nuestra, que es el lado musical, el incorporar la música al teatro como un código dramático, que no fue un invento nuestro o una idea de originalidad sino fue el contacto con la realidad misma, cuando empezamos a conocer el Perú.Este proyecto intenta recuperar un poco lo que hemos perdido. Es como aplicar la idea de memoria con nosotros mismos, a ser nosotros mismos.

–¿Cómo se estructura?
–La propuesta tiene tres partes: la primera habla del oficio del actor, la segunda habla de cómo este oficio comenzó a testimoniar un tiempo de violencia que se instaló entre nosotros, y la tercera parte es en la que nosotros hablamos de una aspiración, que no la adelanto para que el público venga a ver la obra. Tiene esa progresión, la de cómo el artista de pronto se ve interpelado por su tiempo.
–Si bien hay una presencia musical, la obra tiene tensión dramática por la violencia
–Tiene matices. Recoge los sonidos del Perú, porque también hay una memoria sonora. Sabemos de este tiempo no solo lo que se dice sino también que ha habido melodías, sonidos, composiciones que han registrado desde el campo musical este momento.

–Se va a edificar el Lugar de la memoria, ¿Con–cierto olvido es acaso otro lugar de memoria?

–Sí, por cierto que sí. Nosotros hace un tiempo hicimos una propuesta que se llamaba Vitrinas para un museo de la memoria. Era como una exhibición humana de actores que estaban recordando a través de imágenes. Eso fue hace 10 años. Sí, la intención también es ver desde el lado de nuestra experiencia, qué es lo que tenemos que decir de ese recuerdo para edificar el futuro, sobre todo en un país donde la clase política se ha negado al perdón y al reconocimiento, y sin perdón ni reconocimiento no es posible pasar a la reconciliación, que es el paso siguiente que aspiramos todos los peruanos. Pero ocultando la historia, apelando al olvido, a la desmemoria, no podemos sanar. Yo creo que un lugar de la memoria tiene que ser un espacio de sanación.

–¿Cómo han mantenido lo político en su teatro?
–Yo creo que tiene que ver con la importancia que ha tenido para nosotros recorrer el país y tener un público que no solamente es un público que viene a la sala, aunque a nuestra sala viene un público muy diverso. Para nosotros ha sido clave no perder el contacto con la matriz. Yuyachkani surgió como grupo testimoniando la huelga minera de Cobriza. Eso casi 40 años, y cómo con el tiempo no hemos dejado esa idea de hacer un teatro inmediato, un teatro para el presente.

–¿Teatro de casa adentro?
–Nosotros estamos claros que el teatro mientras más local es más universal, y quizás por eso hace que fuera del país nuestro trabajo despierte un interés, porque está hablando la aldea. Hacemos un teatro desde nosotros mismos O sea, no buscamos un texto que se adecúe a nosotros, sino construimos el texto para aquello que necesitamos decir.

Poner en valor una sensibilidad
–¿Que temes que les pueda pasar a los Yuyas después de 40 años?
–Más que temer nosotros estamos orientando nuestra propuesta hacia el ámbito pedagógico. Lo que nos interesa es, como dice el poeta, confesar que hemos vivido.

–Entregar las herramientas de creación...
–Nosotros somos integrantes de lo que se va a llamar una moderna tradición del teatro latinoamericano que surge a mediados del siglo pasado, que dice como dijeron nuestros viejos maestros “el teatro es una construcción”. El teatro no es un canon universal, la cultura se construye cada día. De eso se trata. Hemos aprendido de lo que sucede en la esquina, en la comunidad, en el viaje, y cómo desde esas zonas poner en valor una sensibilidad para mirar el país. Eso ha sido fundamental. Tras el telón está el pueblo, siempre.

Victor Vich...

De hecho, nos encontramos ante un dilema difícil de resolver: ¿Cómo utilizar nuestra historia para "atraer" recursos sin caer en una falsificación de nosotros mismos? Es decir, ¿cómo utilizar la potencialidad intercultural de las diversas identidades peruanas sin caer en una exotización destinada solo a satisfacer el deseo de los más poderosos? ¿Es posible que el turismo pueda articular una narrativa más interesante sobre la realidad del país? ¿Es imaginable que el turismo se convierta, además, en un espacio de reflexión destinado a interpelar a los visitantes haciéndolos más conscientes de los antagonismos y de las posibilidades del presente?

Debate público

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EL MUSEO DE LA MEMORIA BAJO ANÁLISIS
El debate público surgido en torno a la construcción de un museo de la memoria en el país y la sentencia dictada al ex presidente Alberto Fujimori, son algunos de los temas que motivan diversas reflexiones en la quinta edición de Memoria, revista sobre cultura, democracia y derechos humanos que publica el Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la Pontificia Universidad Católica del Perú - Idehpucp.

La revista del Idehpucp, bajo la edición de la comunicadora y politóloga Iris Jave, ofrece un ensayo del reconocido arquitecto argentino Julián Bonder, quien ha intervenido en el debate y la construcción de memoriales en Argentina, Alemania y Estados Unidos y Francia, desde un análisis del espacio público como lugar para la memoria, para la historia y para la construcción del futuro de una sociedad. Bonder se ocupa del sentido de los memoriales, en tanto espacio público, como un proceso de construcción social y ético que proviene de la ciudadanía y confluye en un escenario de encuentro, intercambio y reflexión.

En la misma perspectiva, la antropóloga Gisela Cánepa, sostiene que el museo de la memoria ya empezó a construirse desde que se inició el debate en torno a su gestación. En su artículo «Esfera pública y derechos culturales: la cultura como acción», la autora entrega algunas reflexiones para entender la esfera pública y la cultura, desde el ejercicio de los derechos y la ciudadanía.

Con otro enfoque sobre el mismo tema y buscando enriquecer –o complejizar– los caminos por donde debe discurrir la memoria, en la sección «Reportaje en profundidad», Jacqueline Fowks, periodista y profesora, recoge testimonios de diversos actores, entre ellos: Alicia Retto, hija de Willy Retto, fotógrafo asesinado en Uchuraccay; Otto Guibovich, comandante general del Ejército peruano; Ricardo Wiesse, artista plástico; Rosa Villarán, coordinadora del movimiento Para que no se Repita; los sociólogos Ricardo Caro y Daniel Ramírez Corzo; y Víctor Vich, estudioso de la vinculación arte y memoria. ¿Son los memoriales fruto del consenso o de la coyuntura del momento?, se plantea como interrogante la autora.

En la sección «Justicia y sociedad», la politóloga norteamericana Jo Marie Burt analiza la sentencia al ex presidente Fujimori. Burt, quien ha asistido al juicio del ex mandatario en calidad de observadora internacional, plasma sus impresiones, aún frescas, sobre el proceso y la trascendencia del fallo histórico, además de proporcionar algunas claves para entenderlo en su real dimensión.

Dentro del «Observatorio internacional», la revista presenta un artículo de Hernando Llano, abogado y politólogo colombiano de la Universidad Javeriana, quien ofrece un conjunto de reflexiones sobre el complejo proceso de paz en Colombia; la dificultad del diálogo entre los actores involucrados y la institucionalidad que se va abriendo paso en medio de la violencia y el conflicto.

En el «Portafolio gráfico», el fotógrafo Domingo Giribaldi exhibe una selección –con algunas fotos inéditas– del proceso de exhumación en Putis (Ayacucho), el contexto histórico y el impacto en la vida de los pobladores; el rol del equipo de antropólogos forenses y la necesidad de entender por qué la justicia está estrechamente vinculada a la memoria.

David Ingram, reconocido filósofo y profesor la Universidad Loyola de Chicago (Estados Unidos), escribe para la sección «Intersecciones». En ella, examina la teoría de los derechos humanos, a partir del enfoque de Jürgen Habermas. Una interesante entrada para comprender la interconexión y la institucionalidad de los derechos humanos en el contexto actual.

Fruto de una lectura crítica del libro “El soñado bien, el mal presente: rumores de la ética” publicado por el filósofo Miguel Giusti a fines del año pasado, Fidel Tubino dialoga con los argumentos planteados por el autor y recoge la construcción de una cultura del reconocimiento como “base de una ética de la solidaridad” y de la participación ciudadana.

Finalmente, la acostumbrada sección «Memoria CVR», incluye un recuento de los avances en las recomendaciones dejadas por la CVR en el período agosto de 2008 a marzo de 2009. Además de destacar la pulcritud del proceso judicial al ex presidente Fujimori y la integralidad del conjunto de pruebas presentadas, se destaca el reconocimiento al Informe Final de la CVR y la inocencia de las víctimas de Barrios Altos y La Cantuta, realizados por la Sala Penal Especial. También se analiza las distintas visiones y sensibilidades registradas en el mundo del arte y la cultura acerca del impacto que la violencia ha dejado en la sociedad peruana.

Memoria, revista sobre cultura, democracia y derechos humanos busca aportar reflexiones al debate público, necesario y urgente, en un país marcado por dos realidades aparentemente contradictorias: una situación de emergente desarrollo económico y financiero; y otra, una sociedad post conflicto caracterizada por instituciones frágiles y excluyentes, ambas con implicancias en la vida social, cultural y política de la nación.

La publicación ya se encuentra a la venta en las principales librerías de Lima y provincias.

Victor Vich

Un nuevo atentado de Manuel Masías (envío de Victor Vich)

Victor Vich  envía una carta abierta, sobre el último atentado de Manuel Masías, esta vez sobre el monumento a las víctimas de la calle Tarata. Como se recordará, Masías, siempre de manera oportunista, se ha querido montar sobre el dolor de las personas frente al terrorismo.
¿Qué tienen estos alcaldes que se les da por clavar su nombre en cuanta obra realizan y en cuanto lugar restauran? ¿Son ellos quienes verdaderamente “realizan” esas obras o más bien deberíamos entender que todo lo que ejecutan lo hacen por encargo de sus votantes y entonces deberían concebirse a sí mismos no como protagonistas de los hechos sino como simples servidores de la población que los eligió? Pero, claro, eso es pedir “peras al olmo” pues ya sabemos que la política en el Perú se encuentra totalmente inmersa en la “sociedad del espectáculo” y que el poder y el ansia de figuración es lo único a lo que aspiran nuestros políticos criollos. Uno de ellos es el actual alcalde de Miraflores.
Aunque ya estamos acostumbrados (y hasta deprimidos) a que sigan sin aparecer líderes con nuevas formas de hacer política, llega un momento en que hay cosas que no pueden aceptarse desde ninguna posición política. Me refiero, en este caso, a la utilización de las muertes producidas por un atentando terrorista para sacar réditos políticos. De manera absolutamente obscena (no se qué otra palabra puede utilizarse), el alcalde Manuel Masías ha impreso su nombre en el monumento recordatorio al atentado de la calle Tarata. Se trata de una falta de respeto a las víctimas, de un narcisismo demencial y de un mal uso de nuestros recursos públicos.
Recordemos: luego del bombazo, la calle se volvió peatonal y ahí se erigió un monumento que destacaba por su sobriedad y elegancia; un lugar de memoria para nunca olvidar lo sucedido. Pero sucede que, de buenas a primeras, el alcalde Masías no solo ha tenido el mal gusto de “reinagurar” el monumento convirtiéndolo en una burda pileta turística (hoy los alcaldes optan por lo más fácil que es construir piletas por todos lados y son incapaces de convocar a concursos de escultura o de articularse con los artistas de sus distritos) sino que Masías ha colocado su nombre, en el centro mismo del monumento, a fin de asumir todo el protagonismo posible.

Antes
Monumento Tarata 2010
Hoy
Monumento Tarata 2010

Hoy parece increíble pero es cierto: ahí no figuran los nombres de las víctimas, ni la del escultor que realizó la obra, sino que solo observamos el gran nombre de Masías. Increíble pero cierto. ¿Por qué el alcalde decidió restaurar ese monumento y no otros del distrito que sí están en muy mal estado como el mural de Ricardo Wiesse o a la magnífica escultura de Sonia Prager que continúa hongueándose en el malecón? ¿Cuál fue su interés? ¿Por qué en el coliseo del Voley de Miraflores aparece su nombre por todos lados? ¿No está eso prohibido?
Esta ansiedad que Masías tiene por imponer su nombre es múltiple. Meses atrás no era raro descubrir viejas quintas miraflorinas que exhibían curiosos letreritos con la frase “Gracias Dr. Masías” casi en el estilo de la vieja cultura de las haciendas y de los peones frente a sus gamonales. De hecho, la religión católica nos ha enseñado que lo que uno hace con la mano derecha no debe saberlo la izquierda (Mt 6, 3), pero ya sabemos que las clases altas en el Perú han convertido el cristianismo no en un reto ético sino en la pura defensa de sus privilegios e intereses.
No es posible que el nombre de Masías continúe inscrito en ese monumento que recuerda un hecho dramático que nos involucra a todos y donde no cabe ningún protagonismo. Debemos protestar colectivamente. Debemos censurar esa obscenidad.
Víctor Vich– DNI 09389668

Así, como Masías, es bien bonito jugar con la memoria de los demás.

VICTOR VICH


LA LITERATURA, LA COMISIÓN DE LA VERDAD Y EL MUSEO DE LA MEMORIA


Victor Vich



Hace algunos años en la facultad de literatura algunos de nosotros comenzábamos a preguntarnos por qué en Pedro Páramo los muertos no estaban muertos y por qué regresaban a Comala para apropiarse de sus calles y de su memoria. Unos y otros ensayábamos un conjunto de respuestas a las que sin duda todavía les faltaba una mayor reflexión. Decíamos entre todos algo tímidamente: «el problema es la nación: la falsa promesa de una colectividad integrada.» «Lo que el Estado ha reprimido -las identidades subalternas- tiene luego que surgir con una fuerza arrolladora.» «Exacto: en esa novela los muertos regresan porque nunca estuvieron totalmente enterrados.» Fue John Kraniauskas, ahora profesor en la universidad de Londres, quien mejor sistematizó el problema a partir de una muy conocida idea de Benedict Anderson. Recuerdo así la construcción de su argumento: si el proyecto nacional del siglo XIX consistía en establecer un pacto entre el Estado y el pueblo por el cual el pueblo daría la vida a cambio de recibir un «significado trascendental» que lo representara dentro de la nación, en Pedro Páramo los muertos regresan porque el Estado nunca cumplió esa promesa, vale decir porque fue incapaz de construir una especie de «representatividad total» donde las distancias entre el Estado y el pueblo hubieran sido mínimas. A mi modo de ver, esta idea es exacta y precisa: en Comala, en el Perú y en el mundo entero, los muertos «regresan» porque los han engañado una vez más; porque como sujetos nacionales siguen siendo anónimos incluso en la muerte; porque el proyecto nacional los ha enterrado muy mal y así se están convirtiendo en el síntoma de algo, igual de terrible, que no se encuentra bien simbolizado. En conclusión: los muertos del mundo regresan a sus pueblos porque ellos sí recuerdan y porque, de esa manera, quieren obligarnos a que nosotros también recordemos. Y el recuerdo es ciertamente un acto de memoria pero la memoria-como bien ha señalado Elizabeth Jelin- no es nunca una cuestión del pasado. La memoria es un durísimo problema del presente, es decir, del sentido y del significado que hoy -sí, hoy- queremos construir sobre nuestra historia. En un país heterogéneo, jerarquizado y fuertemente excluyente como el Perú, estas imágenes se me vinieron a la cabeza hace unos pocos meses en la Universidad Católica cuando la Comisión de la verdad recibió a los campesinos sobrevivientes de Cayara: aquella comunidad brutalmente asesinada durante la guerra sucia en el Perú. Era una típica mañana de invierno y, frente a frente, campesinos y Comisión, se miraban unos a otros y reconocían entre ellos sus distancias y su «otredad». Al parecer, una diferencia, una «imposibilidad de decir nosotros», se hacía muy presente ese día. Los campesinos miraban ansiosamente a la Comisión y de pronto me pareció que los papeles podían invertirse al más puro estilo del carnaval bajtiniano.

Por un momento estuve imaginando que la Comisión de la verdad se volvería el «objeto investigado» y que sólo era cuestión de que pasara algo más de tiempo. En todo caso, lo cierto es que ese día, para los campesinos de Cayara, la Comisión de la verdad fue un signo de poder a quien ellos también podían interpelar. Por ello, sus miradas eran muy exigentes, y la música y los bailes con los que se inició la reunión nos desafiaban a todos porque fusionaban, de manera radical, su identidad como cultura y su crítica al Estado. «Hemos cantado y bailado así -dijo uno de ellos- porque ésta es nuestra forma de comenzar a dialogar.» En el Perú ha existido siempre una lucha por quién asume el control sobre la interpretación del país, y sabemos bien que hemos sido los «letrados» quienes por lo general nos hemos situado en el centro del poder, y por lo tanto en el corazón mismo de la voluntad de representar a los «otros». Históricamente el grupo letrado se ha autoasignado la responsabilidad de «hablar por ellos» y de intentar representarlos a través de una voz que se autonombra como más racional y «evolucionada». Por desgracia, la trágica historia del Perú (Uchuraccay, dixit) ha demostrado que esos gestos no sólo han sido intentos fallidos sino, a la vez, prácticas dominantes y excluyentes: al hablar por el «otro», en realidad, los letrados hemos silenciado la voz del «otro» que bien podría haber hablado por sí mismo.

En este punto, la Comisión de la verdad comienza con un problema central (no tomado en cuenta por Paniagua y, menos aún, por el tradicional Toledo) que consiste en que en su composición no encontramos un representante directo de las víctimas, vale decir del lado más golpeado de la brutal violencia que ocurrió en el país durante las dos últimas décadas. Justamente por ello, la responsabilidad de esta Comisión de la verdad es mucho mayor y más exigente. Por ello también, todos debemos participar activamente. En ese sentido -como hace poco lo señalaba Marita Hamman- la palabra «verdad» requeriría, en primer término, de una reflexión filosófica -quizá hermeneútica- acerca de las condiciones sobre las que se produce su enunciación. ¿Quién enuncia la verdad y de quién es esa verdad?

Es decir, esta Comisión con la que, sin duda, todos debemos sentirnos profundamente comprometidos, necesita aspirar a construir una verdad, o un conjunto de verdades que tengan un carácter fundacional por su fuerza dialógica y sus afirmaciones sin titubeos. Si quiere sobrevivir dignamente esta Comisión tiene que distanciarse del Estado, pues su enunciación requiere no reproducir el típico gesto republicano con el que un grupo de criollos fundaron el país en el siglo XIX, es decir, el del habla monológica que excluyó la participación de grupos subalternos tales como los indígenas, los negros y, sin duda, las mujeres. Hasta el momento varias preguntas no enteramente discutidas a nivel público deben proponerse activamente: ¿cuáles serán los mecanismos activados por la Comisión para que sus resultados se difundan en ámbitos rurales y urbanos, escolares y universitarios, letrados y orales, masculinos y femeninos, bilingües y multilingües? ¿Cuál será su iniciativa al respecto? ¿Es esto parte de su trabajo? Algunos de nosotros creemos que sí. La propuesta de construir un Museo de la memoria en las ruinas del Banco de la Nación es muy buena, aunque tampoco es completamente suficiente. Es buena porque de concretarse nos permitiría, en tanto sociedad civil -aunque a Toledo no le guste esta última categoría-, simbolizar nuestra propia historia en la lucha por la ciudadanía y la igualdad de derechos. Un Museo de la memoria es muy necesario porque resulta urgente simbolizar contundentemente la historia de los golpes de Estado en el país para que nunca más se vuelvan a repetir, y para que los que creen (o creyeron en ellos) consigan desanimarse de una vez por todas. Un Museo de la memoria resultaría fundamental porque dicho lugar bien podría convertirse en un buen centro cultural para desarrollar ahí obras de teatro, conciertos de música, conversatorios políticos, performances orales, mesas redondas y muchas otras actividades, que organizadas -otra vez- por la sociedad civil promuevan el sentido crítico y la reflexión sobre el país.

Pero el Perú no es sólo un país de «letrados» y los resultados de la Comisión de la Verdad también deberán difundirse por otros medios. El informe final no puede quedar circunscrito a la publicación de un volumen cuya circulación, en este país, siempre será reducida. Si de lo que se trata es de intentar simbolizar bien las dos últimas décadas -una de la violencia, otra de la corrupción- para generar efectos contundentes, entonces es necesario comenzar a pensar en toda una política de difusión de sus resultados. Si al Estado actual no le interesa reflexionar sobre ello, es porque en realidad el trabajo de la Comisión le parece poco importante y, en el fondo, pretende neutralizarlo. Evitar dicha pulsión es nuestra responsabilidad como sociedad civil (tercera vez). Entonces, nuevas relaciones con los muertos, participación activa –muy activa- de las víctimas, neutralización de la manipulación estatal y estrategia que asuma la amplia difusión de sus conclusiones, son algunos de los retos centrales de la actual Comisión de la verdad. Como puede notarse, el trabajo es inmenso y de una magnitud tal que no puede titubear demasiado.

Y es compromiso de todos -y no sólo de la Comisión- involucrarnos radicalmente con lo que ha pasado. De no hacerlo, el Perú correrá el riesgo de continuar «comalizado», vale decir de que sus muertos sigan regresando y regresando infinitamente con el objeto de intentar sellar un conjunto de heridas que hoy están muy abiertas y que no sólo se encuentran inscritas en las conocidas «causas sociales de la violencia» sino, sobre todo, en la posibilidad de generar acciones concretas que todos, como comunidad nacional, como promesa, podemos emprender juntos para que ya no sean ellos, los muertos, los que continúen peregrinando, en este Perú violento, eterna e incansablemente.

Tomado de: Revista Quehacer Nro. 132 / Set. – Oct. 2001

-Pilar de Coll-

DISCURSO DE PILAR COLL EN LA ENTREGA DEL TERRENO PARA EL
MUSEO DE LA MEMORIA

Ha sido este un momento largamente esperado que recibimos con honda satisfacción al
vislumbrar la posibilidad de concretarse el proyecto del Museo de la Memoria para
honrar a todas las víctimas que nos dejó el conflicto armado interno. Pero me pregunto
por qué precisamente yo he sido invitada a decir unas palabras ante ustedes. Una razón
para esta distinción que agradezco un tanto abrumada, es el hecho de ser miembro del
Consejo de Reparaciones a las víctimas de la violencia política, circunstancia que me
permite asumir su causa con objetividad y cercanía, sumada a mi trayectoria de
defensora de los derechos humanos de larga data.

Quiero afirmar con mucha claridad que el Museo de la Memoria debe ser para todas las víctimas, sin exclusión ninguna. Construir lugares de memoria es un modo de honrar colectivamente a las víctimas e
incorporar ese legado a la comunidad, tratando de restañar heridas en una sociedad
traumatizada por la muerte, el dolor injusto, la exclusión y la desconfianza. Un lugar de
memoria es forzosamente una entidad viva que dialoga con el pasado para entenderlo y
para entendernos pero que nos sitúa de cara al futuro, a un futuro fundadamente
esperanzado, con pleno conocimiento de los efectos destructivos de los pasados
crímenes y violaciones a los derechos humanos y precisamente para que nunca más
volvamos a repetir una situación semejante. Elaborar la memoria expresa una necesidad
humana fundamental como es recuperar la identidad. Un pueblo sin memoria de su
pasado, es un pueblo sin identidad. Solo mediante una memoria compartida que no
pretenda ocultar ni las víctimas ni los crímenes pero tampoco los actos de valentía y de
heroísmo, que también los hubo, podremos enfrentar el futuro con esperanza fundada..
Para que sea posible un proceso de
colectiva. No podemos pasar por alto los hechos penosos pero hemos de sacar
enseñanzas de las páginas oscuras y dolorosas de nuestra historia e ir a las causas que
hicieron posible tanto horror y tanto sufrimiento.

Solo es posible iniciar un proceso de genuina reconciliación desde el reconocimiento y la inclusión de los históricamente excluidos, desde la verdad, la justicia y la reparación integral a las víctimas. Pero la
reconciliación es un proceso complejo y de largo plazo que no pueden llevarlo a cabo
solo los Estados –aunque tienen parte fundamental en el mismo-; se hace necesario
también el aporte de todas las fuerzas vivas de la sociedad. El Museo de la Memoria
debe ser también un estímulo y una llamada para que este aporte cristalice en una realidad
 
Al hablar de las reparaciones, no puedo dejar de hacer mención a la necesidad
impostergable de que el Consejo de Reparaciones reciba el apoyo necesario para
avanzar en la compleja tarea del la inscripción de las víctimas, condición “sine cua
non”para que estas puedan ser reparadas. Por falta de recursos económicos el Consejo
ha tenido que paralizar sus funciones en los dos últimos meses, algo que resulta a todas
luces inadmisible si tomamos en serio los problemas que afectan a las víctimas y a sus
familiares que como dolorosamente nos descubrió la Comisión de la Verdad y
Reconciliación, en su mayor parte han sido peruanos pobres, olvidados por el Estado y
por la sociedad y ausentes hasta ahora de la memoria nacional.

simbólicas, aún siendo muy importantes, no sustituyen el derecho de las víctimas a las
reparaciones en salud, educación y a otras que puedan aprobarse y a las reparaciones
económicas individuales. Son un derecho que la CVR reivindicó para ellas
Me atrevo a pedir que el Consejo de Reparaciones tenga un espacio en el Museo de la
Memoria. Será un modo más de mantenerlo vivo, visitado por todos, incluidas
primordialmente las víctimas que dejarán constancia de su terrible pasado y de sus
esperanzas de resarcimiento. Esto no es forzar el sentido de este futuro lugar puesto que
la inscripción en el Registro es ya el inicio formal de una reparación moral y simbólica
de primer orden, al reconocerlas como víctimas de la violencia,, como lo indican las
Recomendaciones de la Comisión de la Verdad y Reconciliación.

Personalmente creo en la enorme fuerza de lo simbólico y las reparaciones no son una
excepción. Las reparaciones simbólicas, entre las que se cuenta el proyecto que hoy
inauguramos, nos permiten recordar positivamente un hecho traumático y mantener un
recuerdo vivo de las víctimas, son íconos que mantienen para todos nosotros las
lecciones del pasado como parte de la memoria colectiva que ayudan a elaborar. Por el
contrario, la amnesia es enemiga de la reconciliación porque niega a las víctimas el
reconocimiento público de su sufrimiento e incita a los perpetradores a negar los hechos
y sus responsabilidades, a la vez que priva a las futuras generaciones de la oportunidad
de comprender y de aprender del pasado.

Entiendo que corresponde a la capital de Perú tomar la iniciativa en la gran tarea de la memoria y la reparación, reconociendo que Lima en algún tiempo fue indiferente, se puso de espaldas a la parte sufriente del Perú y no se sintió afectada por el sufrimiento que asolaba una parte de los que también eran y son peruanos. Como dijera recientemente José de Piérola, ha habido una vocación por la desmemoria en el Perú y es que hay tantos horrores en el pasado reciente de los peruanos que no
podemos darnos el lujo de olvidar

El Museo de la Memoria está llamado a ser un lugar de evocación y recuerdo de todos los peruanos que perdieron la vida a causa de la violencia política que asoló nuestro país en las décadas pasadas,

Muchas gracias
La falta de reparaciones, es otra forma de olvido. Y debe quedar muy claro que las reparacionesun espacio que borre distancias, fomente el proceso de reconciliación nacional, y sea un aporte a una cultura de paz. Termino con unas palabras de Martin Luther King al recibir el Premio Nobel de la Paz en 1964: “Creo que la verdad y el amor sin condiciones, tendrán la última palabra. La vida, aún provisionalmente vencida, es siempre más fuerte que la muerte”
reconciliación, es fundamental restaurar la memoriaque no admite retrocesos.